Jump to content






Photo
- - - - -

Corazones restaurados: Volver a amar.

Posted by Gabi Ruiz , in Emotions and relationships 15 January 2011 · 1435 views

love couple patience
En mi experiencia personal dentro de las relaciones interpersonales, las conversaciones sostenidas sobre el tema y la observación de las personas, surge constantemente este cuestionamiento.
Cada vez con mas frecuencia, vemos adultos que por varios motivos tienen a su haber experiencias de convivencia, matrimonios o noviazgos fallidos y paternidades voluntaria o forzosamente solitarias, para los que hablar de castidad, de pureza o límites en la manifestación física del afecto, es arcaico, teoría impracticable, un tema limitado a los más jóvenes o incluso un tema que solo atañe a los de vocación célibe.
Se plantean argumentos lógicos para el mundo, como que las relaciones sexuales son una necesidad fisiológica, algo natural y espontáneo que viene como consecuencia del sentimiento y por tanto, indispensable para conservar una relación; algo imposible de evitar.
Parece que a quienes hemos sido hechos criaturas nuevas en Cristo (2 Co. 5:16) después de una vida disoluta y desordenada, se nos negara el derecho a empezar de cero. ¿Realmente es así?
He tenido la oportunidad de asistir a conferencias, eventos y prédicas que tratan el tema, orientado mayoritariamente a los adolescentes y jóvenes solteros. Escuchar las advertencias sobre el sufrimiento y confusión que conlleva la prematura entrega a las caricias íntimas y sus derivados, me hacen decir AMÉN con todas mis fuerzas, en un anhelo ferviente de que los asistentes sean sabios y aprendan sin necesidad de experimentar tanto dolor por sí mismos.
Aliento también, cuando tengo la ocasión, a descubrir la maravillosa experiencia de sujetarse al orden perfecto de un Dios que ansía apasionadamente alcancemos nuestra plena realización como personas (Is. 48:17-19), caminando en sus mandatos y sin saltar e ignorar etapas imprescindibles para nuestra maduración física, emocional y psicológica.
Nuestra capacidad de amar saludablemente como parejas, como amigos, como madres/padres, como líderes o como servidores, está determinada por cuánto cuidamos nuestro corazón en el proceso de las relaciones interpersonales (Prov. 4:23).
¿Y si, por varias razones, ignoramos o desoímos estas advertencias en su momento, y hemos llegado a la edad adulta con consecuencias o sin ellas: hijos, divorcios, convivencias en pecado, fobia al compromiso, baja autoestima, promiscuidad, culpabilidad, temores o rechazos, mecanismos de defensa autodestructivos o inmadurez en algún aspecto referido anteriormente?
Es difícil anunciar un cambio de vida dentro de un entorno que nos alienta a seguir viviendo como antes. Es difícil enfrentarse a una sociedad latinoamericana que señala –más en mujeres que en hombres- estas consecuencias. También es difícil sentirse parte de una comunidad cristiana donde algunos de los miembros que han tenido la bendición de estar a salvo de estos errores, inconscientemente guardan distancia y evitan relacionarse con nosotros. Es difícil también lidiar con el constante aguijón en nuestra carne, resultado de haber consentido demasiado nuestro apetito, debilitando nuestra voluntad y templanza. Difícil también identificar nuestros patrones de comportamiento que nos llevan siempre al mismo desenlace triste de relaciones infructuosas.
Difícil. Es verdad. Pero no imposible.
La lucha no tiene porqué ser triste ni agotadora. Mucho menos solitaria. Está llena de ánimo por Quien nos ha llamado de las tinieblas a la luz (1 Pe. 2:9), y nos ha demandado esforzarnos y ser valientes (Josué 1:9). De la mano de esta demanda, inseparable, está su promesa de asistencia y gracia (Is. 41:10): No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia.
Cuando hemos experimentado una vida licenciosa, caemos en el error de esperar respuestas inmediatas a nuestras plegarias y llegamos a creer que la sanidad que necesitamos con urgencia, nos caerá del cielo por arte de magia. Estamos acostumbrados al “servicio exprés” que nos ofrecían las relaciones instantáneas del pasado: Poco esfuerzo – Satisfacción rápida.
Pero ninguno puede negar que la satisfacción inmediata que obteníamos, se tornaba amarga, y que siempre permaneció un vacío inexplicable dentro de nosotros, un vacío que solo puede y debe ser llenado por Dios y no por cosa ni criatura alguna.
Entonces, cuando nuestra única respuesta es el silencio, nos sentimos defraudados. Nos dejamos llevar por pensamientos desalentadores, nos creemos indignos de que Dios se fije en nosotros y nos etiquetamos como “producto dañado”. Es muy común encontrarse con personas que plantan en su corazón la resignación a un destino de soledad, vivir pagando sus enormes pecados, y convencidas de que el amor pleno y bendecido de pareja no es para ellos. ¡Qué pensamientos tan peligrosos y equivocados!
Conocimos, al empezar nuestra vida en Cristo, que El nos ha amado con amor eterno (Jer. 31:3) aún antes de que naciéramos (Sal. 139:13).
Y al ser llamados a arrepentimiento por nuestra multitud de pecados (Hch. 3:19) y presentarnos ante Dios para ponernos a cuentas con El (Is. 1:18), somos capaces de confesar el único nombre dado para nuestra salvación que es Jesús (Rom. 10:9) y rectificar nuestra vida, abandonando nuestros malos caminos (2 Cro. 7:14).
Una de las promesas más maravillosas y esperanzadoras que nos entrega Dios es que en Cristo, somos nuevas criaturas (2 Co. 5:17), renovación que se nos da de manera gratuita e inmerecida (Ef. 2:4-5). No son nuestras obras las que nos salvan, sino la fe en Jesucristo (Ef. 2:8), quien murió una vez en la cruz por todos nuestros pecados y resucitando nos dio vida eterna junto a El (Jn 3:16).
Esta fe, don sobrenatural, que nos fue entregado para nuestra salvación, exige obras conforme a nuestra confesión (Stg. 2:14-26). Es así que nuestra renovación en Cristo es mental, espiritual y conductual.
La sabia pedagogía divina nos toma amorosamente a su cuidado y va cortando, quemando y corrigiendo todo aquello que no nos edifique. Pero todo esto se desarrolla en la soledad. Para quienes hemos sido renuentes a la soledad, esto nos asusta. Pero ¿cómo podríamos sanar una lesión en la musculatura de nuestra pierna, por ejemplo, si no guardamos reposo hasta que el médico nos indique que, poco a poco, podemos empezar una fisioterapia? Quienes han sufrido un desgarro o esguince, saben que la completa recuperación de su movimiento y funcionalidad está dada por la obediencia a este reposo: PACIENCIA – TIEMPO. De lo contrario, podríamos lesionarnos nuevamente, y de peor manera.
Hicimos de nuestras parejas y de nosotros mismos, una especie de ídolos, rindiendo a ellos todo nuestro afecto, atención, tiempo y energías. Le quitamos a Dios el primer lugar, por lo que nuestras acciones obedecían a este desorden.
Es en la soledad, que Dios nos habla (Os. 2:14) y nos rebela nuestra fragilidad (Sal 139). Así comienza la sanidad. En la oración -ese encuentro personal con Dios y su Palabra- el Espíritu Santo nos descubre tesoros invaluables de restauración (Jer. 33:3).
Nuestra dignidad y valor adquieren nuevos horizontes en Cristo; en El somos:
Linaje escogido – Sacerdotes reales – Nación santa – Pueblo adquirido por Dios con su sangre – Hijos de Dios – Coherederos con Cristo.
(1 Pe. 2:9-10) (1 Jn. 3:1-2)
La meditación en estas palabras nos da una correcta estima de nosotros mismos, replanteándonos el uso y manejo que debemos hacer de nuestro cuerpo (1 Co. 6:12-20) y nuestra mente (Flp. 4:8-9).
No dejar correr nuestros afectos en pos de “ídolos” que nos esclavizan, sino darnos un tiempo de soledad para que el músculo de nuestro corazón se recupere.
¿Dejar de sentir? No. ¿Renunciar a enamorarnos? No. ¿Descartar el sano afecto por los amigos y hermanos en Cristo? No. ¿Cerrarnos a los que no conocen a Jesús? No.
La castidad se trata de priorizar a Dios en nuestros corazones. Este orden en nuestros afectos es demandado por Dios, a quien debemos amar por sobre todas las cosas (Dt. 6:2-3) y que nos pide amar al prójimo como a uno mismo (Mc. 12:29-34).
La sanidad precisa tiempo. Y este tiempo precisa paciencia. No hay atajos.

Gabriela Ruiz Moncayo

@DamitaSilente




Photo
RuthAnn Nicholls
Feb 11 2011 08:09 AM
Thank you Gabi. Such an encouraging post. I think I got most of it by using Google translate. Not a perfect translation but pretty good.

Maturation is a thing to be patient with and we shouldn't try to skip steps. That was good. And our alone time with God is so important! It's a discipline that is hard to get back to every day but it's a must. I'm on that path again.
  • Report

Thank you Gabi. Such an encouraging post. I think I got most of it by using Google translate. Not a perfect translation but pretty good.

Maturation is a thing to be patient with and we shouldn't try to skip steps. That was good. And our alone time with God is so important! It's a discipline that is hard to get back to every day but it's a must. I'm on that path again.


Thank you by commenting my post. I'm glad it can get to people, even when we speak diferent languages. God called me to patient myself when he lead me to write this post. I'm on that daily battle too.

(sorry about my english)
  • Report

Recent Entries

Recent Comments